Tengo la gran fortuna de ser un peatón casi de tiempo completo. Camino al club, camino a mi trabajo, camino a comer, salgo a caminar con mi perra. Camino prácticamente todos los días desde que me cambié de casa y eso, además de hacerme bien para el peso y el corazón, me ha permitido descubrir que caminar en la Ciudad de México debería ser considerado actividad de alto riesgo.
No crean que camino grandes distancias. Uno o dos kilómetros cuando mucho. Pero da la casualidad que tengo que cruzar el Periférico y un par de avenidas y pasos a desnivel. Hacer esto, que en cualquier otra parte ya no digo del mundo, del país, es una tarea sencilla, ha demostrado ser un reto a mis habilidades físicas, mentales y esotéricas.
Para empezar, vivimos en una ciudad de ciegos selectivos. Son capaces de ver 15 centímetros que se abren entre dos coches para meterse y no son capaces de ver a un chango de casi 100 kg. con un perro tratando de cruzar frente a ellos. Invariablemente, sus defensas terminan a poca distancia de mis rodillas, para que, después de este intento de homicidio, hagan ese ademán que significa "pase usted", como si los prógnatas energúmenos me estuvieran haciendo un favor.
Afortunadamente, sólo tengo que cruzar este pandemonium un par de veces al día. Yo siempre contesto la agresión hinchando el pecho y haciéndome más grande, a ver si el enemigo recula. Las más de las veces si lo hace, pero yo creo que es más por la flojera de no recetarse las explicaciones a la ley de por qué trae a un ciudadano enredado en la defensa que por solidaridad humana.
Si esto me lo hacen a mi, apuesto mancebo capitalino, ¿qué puede esperar una señora de provecta edad, un niño que da sus primeros pasos por la jungla de asfalto, una doméstica cargada de encargo de la señora, recién desempacada del pueblo?. Cada día, los vehículos en la ciudad hieren o matan a más personas que cualquier enfermedad. Perdón, no son los vehículos. Son los animales que los vienen conduciendo. Y lo mejor de todo, es que esto sucede a la vista y complacencia de los policias.
Hace algunas semanas, me tocó presenciar una de esas joyas capitalinas. Una camioneta de redilas se metió en sentido contrario por un retorno ¡sobre el periférico!. En la maniobra estuvo a nada de llevarse entre las llantas a una señora que estaba cuzando, por supuesto y creyente del orden, volteando hacia el lado que venían los vehículos. De milagro no se la llevó. Todo esto fue presenciado por un gendarme, que inmediatamente recibió una reclamación por parte de la dama: "oigame, que no vio que este casi me mata?". Y aquí viene la joya: "pus pa que siatraviesa seño..."
Esta es una de las mil y un pequeñas vejaciones que los peatones recibimos día a día en el df. Peseros, polis, oficinistas, chavitos, motociclistas, ciclistas, traileros, patrullas. Todos me echan el coche.
Por lo menos a mi no me suda todo el día el trasero atrás de un volante.
Continuamos...
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