martes, 24 de febrero de 2009

¿Tiene palomitas de caramelo?


Ayer fui a ver la multipremiada Slumdog Millionaire. La neta, está muy buena y creo que si se merece todos los galardones que le han colgado. Pero esta no es una columna de cine sino de quejas, así que me voy a quejar.

Llegamos mi esposa y yo a comprar los boletos. Por ser lunes, había poca gente en la fila. "Me da dos para la del Millonario, por favor". "¿Cuenta con tarjeta de invitado especial?". "No". Parece que ese es el grito de guerra para que a uno lo empiecen a tratar como un invitado no-especial. Eran $104 pesos, le doy un billete de $200. "¿No traerá los cuatro pesos?". Uta. Me revienta que en un lugar que manejan, literalmente, millones de pesos, no tengan la pequeña providencia que si cobran $52 por el boleto, necesitan tener $200,000 en monedas de a peso para poder dar cambio. No. "¿No traerá los cuatro pesos?" es como de miscelanea, como de taxista que acaba de empezar el día, no de un negocio internacional que poco a poco se adueña de la industria de la exhibición cinematográfica.

Bueno. Me dan mi cambio. ¿Qué sería del cine sin palomitas? Vamos a que nos asalten a la fuente de sodas. Hay 15 cajas, pero funcionan 3, lo que logra que uno esté 10 minutos esperando su turno para pedir. Al fin nos toca. "¿Me dá por favor unas palomitas acarameladas?". "Uy, que cree. Ya no hay". Cabe mencionar que las últimas 6 veces que hemos ido al cine, no hay. No importa el día de la semana. Le dice mi mujer, "oiga, pero es que nunca hay, ya no deberían venderlas". Eso siempre le pasa, se prende y no se da cuenta que lo único que va a recibir a cambio de su queja es una mirada bovina por parte de la pobre dependienta. Ni hablar, palomitas normales. "Y de tomar, ¿que le ofrezco?". "Dos H2O, uno de toronja y otro de manzana". Otro grito de guerra. Se fué a buscar el de manzana (era para mi mujer, que para estas alturas ya se le brincaba la vena de la frente), y regresó a los 5 minutos con uno al tiempo. "Es que no los metieron al refri". Me imagino que en el refri guardan sus lonches o algún cadaver, porque los refrescos están afuera. "Bueno, aunque sea deme un vaso con hielo". ¿Ustedes creen que agarró un vaso de los del refresco, que tienen miles enfrente? No. Se fué a la bodega a sacar un vaso como de esquites, de esos de plástico como sucio y le puso 6 hielos. "¿Así está bien o menos?"

Parece que no aprendemos. Decimos que ya somos como gringos porque tenemos estos multicomplejos cinematográficos, porque no fumamos en ningún lado, porque tenemos ejes viales reversibles, porque queremos meter una ley para todo (para no ver chavas en el metro, para regular las horas de los antros, para la venta de chupe, etc.) pero no nos damos cuenta que lo que hacen los gringos es tener procedimientos, aseguramiento de calidad, recursos suficientes y un gran respeto por sus clientes. Aquí no  hay modo de quejarse. Y si se queja uno, viene el supervisor, que bajó del mismo árbol, a darle  a uno una respuesta menos que satisfactoria. Y si nunca hay palomitas de caramelo o refrescos frios (que es el mínimo indispensable ¡en un cine!) que se joda el respetable. Total, no les queda de otra. Y a mi me pagan lo mismo. Es se llama ser muy mexicano.

Le iba a echar a perder el final de la película, pero mejor vayan a verla. Y lleven sus palomitas.

Continuamos...

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